Un piloto de la Primera Guerra Mundial, una condesa de luto, un genio del grabado: estos son los elementos fundamentales de una historia fascinante que acabó dando lugar al Cavallino Rampante de Ferrari, uno de los símbolos corporativos más reconocidos del mundo. Y todo se gestó en una carrera por carretera en el norte de Italia este mismo año de hace un siglo
Cuando aquel piloto automovilístico de 25 años se quitó las gafas y se sacudió cuarenta y cuatro kilómetros de polvo de la carretera, lo único que tenía en mente era recibir el trofeo del Gran Premio de 1923 del Circuito del Savio, en el norte de Italia. Era la primera victoria al volante de un joven piloto poco conocido: Enzo Ferrari.
Pero el GP del Savio también sería fundamental en su vida y en su carrera por otras razones. Allí conoció a un tal conde Enrico Baracca.
Los dos hombres entablaron inmediatamente lo que se convertiría en una amistad duradera y, en algún momento de los años siguientes, fue la esposa del conde, la condesa Paolina Biancoli, quien instó personalmente al joven y prometedor piloto a adoptar el símbolo que había lucido el famoso biplano de su querido hijo Francesco. Se trataba de un venerado piloto aéreo de la Primera Guerra Mundial muerto en combate en 1918. La condesa, todavía de duelo, aseguró a Enzo que le traería buena fortuna. El dramático símbolo del fuselaje era un semental negro encabritado.
Una versión del símbolo, supuestamente diseñada por Gino Croari, apareció en 1932 en un Alfa Romeo que competía para la Scuderia Ferrari en Spa Francorchamps. Pero no fue hasta 1947, unos veinticuatro años después de aquel encuentro fortuito en el GP del Savio, cuando Enzo Ferrari vio el primer coche de su nueva fábrica, el ya legendario 125 S, atravesar las puertas de Maranello luciendo el característico Cavallino Rampante en su placa. Ese mismo mes de mayo correría por primera vez en Piacenza.
Dos años antes, en 1945, cuando Enzo había empezado a establecer su fábrica, se había empeñado en que la nueva empresa tuviera un emblema distintivo. Probablemente hubo algunos primeros diseños internos, pero Enzo, siempre perfeccionista, buscó en Milán a Eligio Gerosa, uno de los mejores grabadores artísticos italianos del siglo XX.
Sin duda, sus caminos ya se habían cruzado cuando Enzo corría para Alfa Romeo, cuyas insignias esmaltadas con la culebra ondulante suministraba la empresa de Gerosa. Además, ambos compartían su admiración por Baracca: Gerosa llegó a fundar una asociación con su nombre para mantener viva la memoria del piloto. Es más, Gerosa ya había modificado el símbolo del caballo negro de Baracca para la asociación, en concreto dotándolo de una cola erizada.
En 1949, la empresa de Gerosa fue adquirida por O.M.E.A. (Officine Meccaniche E Artistiche), propiedad de la familia milanesa Candiani, con el famoso diseñador todavía a bordo. Hoy, los archivos de la empresa O.M.E.A. revelan lo estrecha que fue la colaboración entre Ferrari y Gerosa, fallecido en 1978, y contienen fascinantes pruebas de la evolución de lo que se convertiría en el famoso emblema corporativo de Ferrari. A sus ochenta años, Emilio Candiani, presidente de la compañía, recuerda muy bien las visitas de Enzo al taller y las numerosas comidas con el fundador de Ferrari en el restaurante «Il Cavallino» de Maranello durante sus treinta años de colaboración. Un documento clave de los archivos es un boceto de Gerosa cuyos delicados detalles dibujados a mano tienen un aire claramente davinciano.
Los más veteranos del taller de Candiani aseguran que fue el propio Enzo Ferrari quien pidió personalmente que se añadiera una nota manuscrita al dibujo. La instrucción crucial, que aún puede verse en la esquina inferior derecha del diseño de Gerosa, reza así: «Invertire il cavallo» (dar la vuelta al caballo). Capta el momento mismo en que el embrionario símbolo corporativo quedó definitivamente fijado para siempre mirando hacia la izquierda, como había hecho desde los primeros años y sigue haciendo con orgullo desde entonces en los coches de carretera y de carreras de Ferrari en todo el mundo.
«En su evolución, vemos que el diseño del caballo se hizo gradualmente más esbelto, más elegante», explica Luigi Candiani, vicepresidente de la empresa e hijo de Emilio. «Fue alejándose del caballo anterior, mucho más corpulento, la versión "Romagnola" podríamos decir», ríe haciendo referencia a la famosa e irresistible cocina de la región natal de Maranello, la Emilia-Romaña.
De hecho, en sus primeros tiempos, la naciente insignia adoptó intencionadamente un característico amarillo vivo para vincularse al color municipal oficial de la cercana Módena. «Pero sobre todo eran las ideas de Enzo las que impulsaban las cosas», recuerda hoy Emilio Candiani. Por ejemplo, una de las primeras propuestas para la placa del 125 S mostraba tres líneas curvas en la parte superior con los colores nacionales italianos. «Pero recuerdo que Enzo le dijo a Gerosa: “No, no quiero curvas, me recuerdan a las rejillas de Bugatti. Quiero líneas rectas”».
La cara del caballo también se fue afinando poco a poco. «En un momento dado, Enzo quiso que la pezuña estuviera en el aire, no apoyada en el rótulo. Le pidió a Gerosa: «Me la faccia che voli» (que vuele), rememora Emilio con una carcajada. Ahora, una placa mural reconoce a aquellos talentosos artesanos de Candiani frente al histórico taller de Via Albani, en Milán. Emilio Candiani ha recibido el título honorífico de «Cavaliere», Caballero de la Industria.
Con emoción en la voz, el Cavaliere Candiani afirma: «Por nuestra parte, estamos muy orgullosos de haber contribuido a uno de los símbolos más famosos del mundo. Y es una historia totalmente italiana. Como hombre, Enzo siempre fue muy profesional, muy preparado. Lo que recuerdo de él es lo mucho que creía en su proyecto. Era conmovedor. Y siempre miraba hacia delante».