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19 jul 2019Cars

La nueva Ferrari Classiche Academy

19 julio 2019

Giosuè Boetto Cohen

Un historiador del automóvil entra en la nueva Ferrari Classiche Academy para aprender a sacar el máximo partido de los coches de carreras antiguos


La gente que empezó a conducir hace cuarenta años tenía una mentalidad muy diferente de la actual. Este fue el argumento que esgrimió Gigi Barp, jefe de Ferrari Classiche, para convencerme de que visitara su nueva escuela de conducción. Entre mis compañeros de clase hay cuatro italianos, dos americanos, un francés que ha traído a su hijo, dos amigos japoneses y un inglés. Pronto nos encontramos bajo un elevador de taller mirando el chasis de un 308 GTB, el «clásico» con el que vamos a volver a la escuela. Sabiamente, el curso empieza por la anatomía del coche, su diseño y sus principios estructurales. 

La expresión de inseguridad de mis compañeros pronto revela que en nuestro grupo solo dos de nosotros disfrutamos de verdad ensuciándonos las manos para cambiar el filtro y el aceite de nuestro propio coche. Pero enseguida todos nos hacemos también una idea mucho más precisa de lo que es una transmisión manual, un embrague seco, una dirección directa y una suspensión de paralelogramo. Un mecánico de la Academy nos explica la génesis de sus ocho cilindros. A media mañana, sobre un caballete aparece un magnífico ejemplar con sus componentes parcialmente seccionados. Al oírlo rugir desde tan cerca, nos damos cuenta de la clase de animal de que se trata.

La siguiente sesión se dedica a las técnicas de conducción, especialmente al cambio de marcha y al fatídico cambio punta-tacón. A medio día salimos al circuito. Primero observamos al instructor (pies, manos, cuentarrevoluciones) y después intentamos imitarlo y, a la vez, retenerlo todo con cierto nerviosismo. Al final crece la satisfacción... y también la velocidad. El programa de la Academy actúa como un primer paso hacia el mundo de los coches antiguos, incluidos los rallies de regularidad, los entrenamientos en circuito y vías públicas, el libro de ruta y el presostato/célula fotoeléctrica.

El 308 es el coche idóneo para un curso de inmersión como este. Aunque nunca en tu vida hayas estado dentro de uno, la adaptación es instantánea. Por dentro es austero, esencial. El «profesor» Barp me da unos cuantos consejos sobre el crucial retorno al centro del selector de velocidades. Pero tengo que controlar mis instintos, porque en un circuito los movimientos no pueden ser nunca bruscos ni forzados. El embrague está duro, pero no demasiado. Un par de veces, bajo el casco le oigo decir: «¡Cuidado al soltar!».

En cuanto cojo el tranquillo a las curvas del Circuito de Fiorano, mantengo las revoluciones cómodamente entre 4000 y 6000. El instructor me indica metro a metro por dónde pasar y adónde apuntar. Hace mucho que no corro, así que le pido que me lo ponga fácil. No me hace ni caso, pero todo sale exactamente como debía. Al cabo de dos días parece que llevo toda la vida conduciendo un 308.

Una de las veces que nos cambiamos al volante, el «profesor» explica la filosofía de la escuela: reintroducir a los coleccionistas en la conducción manual, disipar dudas, refutar temores. No solo los de los propietarios, sino también los de su pareja y sus hijos, gente que suele mantener las distancias con los coches de «antaño» y, como consecuencia, se pierde su historia y el puro placer de conducir.

Corro cinco vueltas seguidas yo solo: como una gran final que no termina nunca. Cuando el sol empieza a bajar sobre Fiorano, llegan dos conductores de pruebas —el mayor no llega a los 25 años— para dar unas cuantas vueltas con los fotógrafos. «Con calma, ¿vale?», dice el más joven a su compañero, «Este solo lo he conducido un par de veces». «¡¿Cómo?!», exclamo. «¿También vosotros habéis olvidado como se conducía en los tiempos del "Commendatore"?!». Estallamos en carcajadas. «Claro que no», responden. «Pero en comparación con lo que probamos aquí a diario, es un mundo totalmente diferente».

 

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