En la última etapa del Grand Tour, el periodista singapurense Andre Lam describe el espectacular trayecto desde Queenstown hasta el magnífico Milford Sound
Según la fascinante tradición de los maoríes, Milford Sound surge como un lienzo celestial, con un encanto tan hipnótico que la propia diosa de la muerte creó a Te Namu, la maliciosa mosca negra, para mantener alejados a los visitantes. Sin dejarse intimidar por estos legendarios diablillos a pesar de su persistencia, multitud de viajeros acuden a diario a Milford Sound atraídos más bien por su incomparable belleza.
Embarcados en la última etapa de nuestro Grand Tour por Nueva Zelanda, hicimos caso omiso de la antigua leyenda y nos concentramos en llegar a Milford Sound. Nuestro trayecto comenzó en Queenstown. La ruta, lejos de ser directa, fue trazada intencionadamente por nuestros anfitriones para permitirnos experimentar el dinamismo del Purosangue en medio del paisaje, alejado de su territorio habitual y apartado de los circuitos de carreras tradicionales que suelen frecuentarse durante las giras internacionales de Ferrari para los medios de comunicación.
La aventura de la primera jornada abarcaba unos 180 kilómetros, un pintoresco viaje a través de las impresionantes vistas que rodean el lago Wakatipu. Desde la idílica campiña que engloba Parawa y West Dome, nuestro itinerario culminó a orillas de Te Anau, conocido como la puerta de entrada a los fiordos neozelandeses. Aquí, cambiamos el V12 del Purosangue y su hábil AWD por un medio de transporte diferente: una bicicleta eléctrica RWD que requiere potencia humana para alcanzar una velocidad máxima de 25 km/h.
El segundo día de nuestras andanzas nos llevaría al impresionante Milford Sound, el fiordo más famoso de Nueva Zelanda. Era un trayecto de 120 km por una carretera serpenteante con tiempo de sobra para saborear las proezas del Purosangue de 725 CV. Aunque desplegar solo ocasionalmente todo el hato de caballos pueda parecer insuficiente, el V12 muestra una flexibilidad increíble y suministra par de forma instantánea con un refinamiento soberbio. Además, lo más atractivo es su agilidad, ya que dobla todas las curvas con aplomo y precisión.
En esta región, las precipitaciones son frecuentes y nutren un paisaje exuberante que, a lo largo de los eones, ha evolucionado de forma independiente y distinta de la vecina Australia. Esta mezcla única de fauna, flora y formaciones geológicas de otro mundo convierte la isla sur de Nueva Zelanda en un codiciado telón de fondo para las producciones de Hollywood. Películas como la trilogía de El Señor de los Anillos, El Hobbit, Misión Imposible: Fallout y Mulán se refugiaron aquí, ya que la espectacularidad del terreno hacía innecesarios elaborados decorados artificiales.
Ver un Ferrari, por no hablar de una flota de Purosangues, zigzagueando por la principal y a veces única arteria de entrada y salida de Milford Sound es, sin duda, un espectáculo poco común, un hecho que no pasa desapercibido para las vigilantes fuerzas del orden locales. Les picó la curiosidad al observar la concentración de Purosangues con volante a la izquierda reunidos frente a una bulliciosa cafetería.
Si bien el descubrimiento de Milford Sound corrió a cargo de embarcaciones marineras, la modernidad impone solo dos opciones de paso: por aire o por carretera. Envueltos en el omnipotente Purosangue, nos quedamos cortos si decimos que nuestra elección era la mejor, acomodados en el lujo mientras completábamos este majestuoso viaje y después regresábamos, casi por la misma maravillosa ruta, a Queenstown.