Las carreras llegaron, literalmente, a casa en las Finales Mundiales Ferrari cuando vehículos, pilotos y aficionados se dieron cita en el circuito de Mugello, en la Toscana. Vibrando con una pasión por Ferrari que llevan impresa en el ADN, los tifosi inundaron las gradas de un inmenso mar rojo para conmemorar los 90 años de existencia de la Scuderia Ferrari y sus colores corporativos.
Pero, al igual que el rojo no es el único color que puedes elegir para un Ferrari, también distaba mucho de ser el único color que podía verse en Mugello. Los coches y equipos que participaban en la competición componían un auténtico arcoíris de tonalidades.
Cada equipo participante portaba en sus carrocerías pinturas que los hacía inconfundibles, lo que en el caso del 488 GTE y el GT3 se traducía en toda la gama de colores imaginables, desde amarillos, rosas y naranjas intensos hasta vibrantes capas multicolor. Uno de los coches llevaba incluso unos dientes de tiburón pintados en el morro, quizás en recuerdo de los famosos Ferrari ‘Shark Nose’ de los años 60. Por su parte, los modelos procedentes de los Programas XX corrieron revestidos de una increíble variedad de azules, blancos, negros, amarillos... la lista es enorme.
Tampoco fueron los colores verde, blanco y rojo de la tricolore italiana los únicos que ondearon en Mugello. Las banderas nacionales de los pilotos se distinguían claramente en la carrocerías de los vehículos: desde las barras y estrellas americanas, hasta la enseña británica o la cruz blanca sobre fondo rojo de Suiza. Y, gracias también a la variedad de colores elegidos por los pilotos para sus monos de competición, Mugello se convirtió en un acontecimiento tan vistoso como internacional.