Jason Barlow
El piloto de la Driver Academy y campeón de Fórmula 3 condujo el potente V8 en las carreteras heladas de los Alpes italianos. Potencia, control, precisión y placer: fue una «vuelta de prueba» perfecta
En algún lugar del Trentino-Alto Adige, Robert Shwartzman, recién coronado campeón de Fórmula 3 de la FIA, abre los ojos. Madrugar no es lo suyo, así que el sonido del despertador a las 5:30 de la mañana no le entusiasma. Pero le espera un Ferrari F8 Tributo y eso cambia las cosas.
El nombre habla por sí solo. La estirpe de los Ferrari con motor V8 central se remonta al 308 GTB de 1975 y, desde entonces, ha pasado por numerosas versiones. El V8 biturbo de 3,9 litros que propulsa el F8 es la última manifestación de un milagro de ingeniería que, desde su llegada en 2014, ha cosechado un número extraordinario de galardones en el sector. Ha llegado el momento de rendirse un tributo propio y ¿quién se lo reprocharía a Ferrari?
Se trata de un motor asombroso; produce 720 CV a 8000 rpm, genera 770 Nm de par y gran parte de su hardware procede del coche de carreras 488 Challenge, aunque las piezas móviles del motor son más ligeras, más fuertes y más eficientes. El colector de escape tiene un nuevo diseño 9,7 kg más ligero que el del 488, está hecho de Inconel —una aleación específica para las carreras—, es más limpio y emite hasta 5 dB más de ruido. Sin embargo, el F8 Tributo también es capaz de comportarse civilizadamente a velocidad normal. Con la versión 6.1 del software SSC (Side Slip Control) de Ferrari, junto con otras mejoras dinámicas, es un coche accesible incluso al límite. Y Shwartzman lo descubre enseguida.
«Nunca había conducido uno», asegura. «Se maneja solo. Es fácil controlar el derrape hasta en la nieve. El equilibrio general del vehículo es magnífico y la respuesta de los pedales de freno y aceleración es extraordinaria. Es un auténtico superdeportivo, pero se encuentra a medias entre un coche de carreras y un coche normal. Llevar una máquina como esta es pura diversión. Arrancar en un instante en los semáforos, sabiendo que el capó esconde una potencia increíble aunque no la utilices en absoluto...».
Shwartzman es una persona abierta, simpática e ingeniosa. También es el último miembro de la Ferrari Driver Academy en materializar su potencial de campeón. El programa acaba de celebrar su 10.º aniversario y el joven corredor ruso, nacido en San Petersburgo, está decidido a seguir los pasos de Charles Leclerc, el graduado más famoso de la FDA, y ascender a Fórmula 1.
Shwartzman se inició en el karting a la edad de cuatro años, así que entiende el carácter itinerante del automovilismo. Pero también asume con naturalidad los desafíos únicos y la determinación necesaria que hacen falta para triunfar. «Al principio me costó un poco, porque vivía en Rusia la mayor parte del tiempo y tuve que mudarme a Italia», admite. «El cambio fue difícil hasta que encontré casa, pero ahora estoy tranquilo y disfruto realmente de la vida».
A todos los que les deslumbra el aparente glamur del automovilismo de alto nivel merece la pena recordarles que exige una inmersión completa, lo que significa dejar la cotidianidad en suspenso. «He sacrificado la vida normal», acepta. Pero el joven corredor está firmemente decidido: «Quiero muchas cosas en la vida, pero sé que para conseguirlas hay que trabajar duro, ser humilde, nunca desdeñar a nadie ni comportarme como una superestrella. Así que intento relajarme y analizar las cosas que debo mejorar.
Las personas que me rodean —mi padre, la gente de la FDA— me ayudan con las cosas que yo solo no puedo ver. Tardas en darte cuenta de que no siempre tienes razón. Pero estoy en ello», admite.