La Cavalcade Classiche de este año visitó un rincón de Italia sin igual
Si tuviéramos que elegir un lugar para poner a prueba todos los aspectos de la destreza de un coche, desde subidas de alta montaña hasta rápidas carreteras costeras, detendríamos la búsqueda en la región italiana de Friuli Venezia Giulia. Poco más de un millón de personas viven en esta magnífica provincia de 7800 kilómetros cuadrados, que cuenta con unos Alpes nevados cuyas laderas están sembradas de viñedos a cada paso y con un litoral que se transforma de largas playas de arena en altísimos acantilados con solo cambiar de marcha. Por lo tanto, era el destino perfecto para la Cavalcade Classiche de este año, un evento turístico único dirigido especialmente a los modelos «Classiche» de Ferrari, los coches fabricados hace veinte años o más.
Los pilotos, como siempre, respondieron a la llamada desde todos los rincones del planeta con modelos del Cavallino Rampante llegados de lugares tan lejanos como Sudáfrica, México e incluso Australia. De hecho, cuando terminaron de sacarse de la maleta los trajes de cóctel para la cena de bienvenida en el Tivoli Portopiccolo Sistiana Wellness Resort & Spa, ya había más de 60 Ferraris históricos mostrando lo mejor de la innovación automovilística del siglo XX. Estaban presentes desde el primer Ferrari, el 125 S, hasta la cúspide de la ingeniería, el Ferrari F40, junto a una excelente selección de algunos de los mejores coches jamás surgidos de Maranello.
La salida del primer día fue un espectáculo —y un sonido— digno de contemplar: la hermosa bahía curva del pueblo costero resonando con el rugido de obras maestras finamente afinadas, mientras los Ferraris partían a un ritmo de dos coches por minuto.
La comitiva, encabezada por Piero Ferrari, vicepresidente de Ferrari e hijo del fundador Enzo Ferrari, que había venido una vez más con su nieto, Enzo Mattioli Ferrari (ambos conducían un Enzo y un F40, respectivamente), se dirigió a las colinas y los viñedos de la región vinícola de Collio antes de descender para iniciar un recorrido por algunos de los pueblos más pintorescos que ofrece Italia.
La extraordinaria Piazza della Libertà de la ciudad renacentista de Udine acogió una exposición de coches mientras los pilotos hacían una pausa para comer, dando a los encantados lugareños la oportunidad de pasear entre las encarnaciones vivas de la ilustre historia de Ferrari, desde los primeros años de innovación en carretera y en competición (incluidos varios Ferraris 166 MM y un poco común 121 LM de 6 cilindros en línea) hasta los superdeportivos que han establecido estándares tecnológicos a lo largo de las décadas, incluidos el GTO, el F40, el F50 y el Enzo Ferrari.
A partir de ahí, la procesión salió en fila y descendió rugiendo hacia el mar atravesando las ciudades de Palmanova y Aquileia, con una sinfonía de icónicos V12 y V8 que anunciaban su llegada mucho antes de aparecer en el horizonte.
Si las aventuras del primer día permitieron a la Cavalcade conocer la arquitectura histórica de Italia, las jornadas dos y tres brindaron al paisaje natural la oportunidad de lucirse. Tras cruzar la frontera eslovena y bordear el río Isonzo hasta la ciudad de Idrija, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la Cavalcade prosiguió el último día por la región de Karst hasta Trieste, cuya colina de Opicina acoge desde principios del siglo pasado la carrera automovilística Albo d'Oro.
Esta séptima edición de la Classiche ha sido sin duda la mejor hasta la fecha, pero cabe preguntarse qué hace que una Cavalcade sea perfecta. Los coches son cruciales, por supuesto, pero quizá lo más importante sea la gente, esa comunidad de animosos conductores de todo el mundo que se reúnen para compartir un fin de semana de diversión en carretera. Porque al atardecer, cuando cada Ferrari está a buen recaudo y el champán se une a la puesta de sol, son las historias únicas de adversidad, triunfo y amistad las que hacen de la Cavalcade Classiche uno de los eventos más emocionantes, exclusivos y deseados del calendario automovilístico.