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Sensatez

07 luglio 2020

Ben Greenman

Cada número de The Official Ferrari Magazine incluye una pequeña historia protagonizada por un Ferrari. Son textos escritos por autores internacionales que se inspiran en el diseño del coche, su color o sus características técnicas. En esta ocasión, Ben Greenman, editor de la revista The New Yorker y autor de varios libros, cuenta una historia de amor ambientada en el mundo corporativo Ferrari. Dos ejecutivos se mueven en torno a su pasión por el otro y sus carreras. ¿Cómo terminará? Un Ferrari F8 Tributo nos dará la respuesta


A veces quedarte quieto es el movimiento más rápido que puedes hacer. La frase se le había quedado grabada en la cabeza. Estaba bloqueado en el aeropuerto. El pensamiento no era suyo, o, por lo menos, no del todo. Lo había leído en algún sitio. Era fruto de otra mente. Otros labios tuvieron el valor de pronunciarla. Y otra mano la había escrito. No podía poseerla, por más que la poseyera por completo. O, ¿la poseía ella a él? Mentalmente, puso el pensamiento entre comillas: «A veces quedarte quieto es el movimiento más rápido que puedes hacer». Esto le hizo sentir mejor por un momento y, luego, volvió a centrarse en la realidad: el ajetreo y el tráfico del aeropuerto, los olores de las tuberías, los muchos idiomas que nunca hablaría.

Volvía a casa después de un mes de trabajo en Japón. Cuando Hawkins, su jefa, le informó del viaje, se disculpó por avisarle con tan poca antelación. «A veces las cosas ocurren sin avisar» —dijo, y, luego, frunció el ceño. El gesto fue involuntario. Había hecho carrera aprendiendo a controlar sus expresiones, cuándo aparentar estar profundamente sumida en sus pensamientos, cuándo transmitir un tono desenfadado. Estaban en su oficina. Lo llamó para darle la noticia. Él se sentó en la única silla que había al otro lado de su mesa. Ella le habló del viaje y se disculpó por avisarle con tan poca antelación. Después, se suponía que debía sonreír. Sin embargo, cuando hizo una pausa, la expresión de su cara se vino abajo. Él miró hacia otro lado para que ella no se diera cuenta de que lo había visto. Su mirada se posó en la placa con su nombre: «K. Hawkins, Vicepresidenta».

 

La placa con su nombre era la única señal de su ascenso. Bueno, eso y el Ferrari.
Se compró el coche con su primer gran bonus. Davis se pasó meses admirándolo, se subió un par de veces e incluso lo condujo para llevarla a casa un día que ella había bebido mucho en un evento de trabajo y él se ofreció a acompañarla. «Ni siquiera estoy alegre. De verdad. Pero, me gusta la idea de que seas tú el que conduzca», dijo ella.
Pasaron juntos esa noche, otra noche y una tercera noche. Y, a pesar de que estaba totalmente enamorado, tuvo la lucidez de que decirle que creía que era un error.
«Estoy de acuerdo», afirmó en un tono que dejaba claro que no estaba absolutamente de acuerdo. Ahora estaban dentro de un círculo estratégico, que era casi tan emocionante como esa primera noche. «El departamento de viajes te enviará el billete», dijo. «¿A mi casa?, preguntó él. «A la mía, no creo», sonrió. Colocó las palmas de ambas manos sobre el escritorio para indicar que la reunión había terminado.
La mañana en que Davis salía de viaje, un coche de la compañía le recogió para ir al aeropuerto. Mientras esperaba en la puerta de embarque, sonó su teléfono, había recibido un correo electrónico. Era de Hawkins. «Hasta pronto», decía.
Durante el vuelo estuvo pensando mucho, sobre todo en ella.
Las tres palabras de su correo le habían gustado, así como el recuerdo de su ceño fruncido. Pero se prometió a sí mismo que no se pondría en contacto con ella mientras estuviera fuera. No había razón para ello y solo serviría para enturbiar su vuelta. «Sé sensato», se dijo a sí mismo.
Pasó el mes en Nagoya, trabajando en una sede regional inaugurada el año anterior. Su predecesora, una joven española, se había marchado sin previo aviso. De ahí, el viaje tan repentino.
Pasaba los días entrevistando a candidatos para el puesto de trabajo. Su asistente era un joven, perennemente feliz, llamado Hiroshi Harada, que se llamaba a sí mismo «Doble H». Harada había vivido dos años en los Estados Unidos cuando su padre se trasladó allí por trabajo y tenía un interés fervoroso por las películas de vaqueros.
«¡Ya tengo el nombre del rancho: Doble H”!», declaró.
A mediados de mes, una noche, después de que todos se hubieran marchado, Doble H se presentó en la oficina de Davis, se sentó en la única silla que había y dijo: «Vamos a tomar una copa». A Davis no se le ocurrió ninguna razón para decir que no. Fueron a un bar de estilo americano a unas pocas manzanas de la oficina, donde vieron repeticiones de varios partidos de fútbol y flirtearon con la camarera.

Doble H se tomó tres cervezas, antes de que Davis se hubiera terminado la primera, y enseguida se puso a contarle su vida amorosa al hombre mayor. Había una mujer de Arimatsu, su pequeño pueblo natal. La amaba y tenía intención de casarse con ella algún día, pero había tenido varios líos amorosos, incluido uno con la predecesora de Davis. «Terminó mal», dijo. «Por eso, ¿se fue tan de repente?», preguntó Davis. Doble H se sonrojó, y respondió "Y, ¿qué hay de tu vida?" Davis le contó a Doble H acerca de Hawkins, y de cómo había dado un paso atrás para no complicar las cosas en la central. «Me estoy esforzando por no enviarle un correo», le dijo. «Creo que es mejor esperar». Y, luego, le pidió a Doble H que hablasen de otro tema. ¿Qué aficiones tienes fuera del trabajo?
Doble H inclinó la cabeza. ¿De verdad lo quieres saber? Davis asintió con la cabeza.
«Hay dos cosas», afirmó Doble H.
«La primera es la geometría. Tengo pasión desde la época del colegio. Piensa en el círculo circunscrito. Trazas bisectores perpendiculares de cada lado y donde se cruzan es el centro del círculo invisible que siempre está ahí alrededor de cualquier triángulo. Me parecía tan fascinante. Cómo tres cosas separadas pueden estar conectadas y también rodeadas por la eternidad.»
«Y, ¿cuál es la segunda?», preguntó Davis. «La segunda es...» comenzó Doble H. Davis esperó a que continuara, pero no siguió nada más. Doble H estaba medio dormido. Davis le sacudió el hombro. «Es...» Doble H comenzó de nuevo, esta vez más suavemente. No estaba en muy buen estado, así que Davis llevó el joven a su casa y le ayudó a subir las escaleras de su apartamento. Esperó hasta que estuvo seguro de que Doble H estaría bien. La pequeña mesa junto a la única silla de la salita estaba llena de libros, incluido un volumen en inglés titulado «How I Saw It». A pesar del título, más que una autobiografía era un resumen de estudios académicos de percepción. Davis empezó a leer el primer capítulo. Empezaba así: «A veces quedarte quieto es el movimiento más rápido que puedes hacer».
Doble H apareció en la puerta del cuarto de baño. «Bien», dijo. «Estoy bien. Puedes irte. Gracias». Al salir, Davis observó que las paredes del pequeño apartamento estaban cubiertas de dibujos de triángulos y círculos.
Davis y Doble H salieron la noche siguiente y también la otra. La tolerancia al alcohol de Doble H aumentó considerablemente, hasta el punto de que no parecía emborracharse por mucho que bebiera. «Tres noches hacen un triángulo», afirmó Doble H. Estaba bastante alegre, tanto que le gastó una broma a Davis con la camarera. «Es un multimillonario americano», le dijo.
Ella movió la mano con desdén, pero, al final de su turno, se quedó allí esperando. «¿Alguien quiere otra copa?», preguntó. Doble H arqueó las cejas y miró Davis.
«No», contestó Davis. «Creo que me voy a ir al hotel». «Yo, sí», dijo Doble H.
A la mañana siguiente el joven entró en la oficina silbando alegremente. «Pregúntame por qué estoy tan contento», dijo. «Creo que puedo adivinarlo», contestó Davis.
«Te equivocas», dijo Doble H. «Me fui a su casa, pero solo estuvimos viendo la tele un rato y, luego, me fui, y llamé a la mujer de Arimatsu. Va a venir el próximo fin de semana.
Creo que le voy a pedir que se venga a vivir conmigo». «Enhorabuena», dijo Davis.
«Creo que he sido sensato», afirmó orgullosamente Doble H.

 

Davis recordó haberse dicho lo mismo en el avión. De repente, pensó intensamente en Hawkins, hasta el punto de que casi se olvida de que Doble H seguía de pie delante de él. Y, luego, dijo, «Me encantaría conocerla». «No puedes», contestó Doble H. Davis empezó a protestar, pero Doble H lo interrumpió. «Te vas el jueves y ella llega el viernes, eso es todo».
La mañana en que Davis volaba de regreso a casa, recibió un correo diciendo que su chófer lo esperaba en el vestíbulo del hotel. Pensó que sería Doble H. Sin embargo, se encontró con un hombre mayor que casi no hablaba inglés. «Tenga vuelo», le dijo el hombre cuando dejó a Davis en el aeropuerto.
En el avión, vio que tenía un correo de Hawkins, y esto le irritó un poco. Quería mantener su promesa de no mantener ningún contacto hasta que volviera. «He dejado un coche para ti», decía el correo. «Está en el aparcamiento, en la plaza de la empresa».
Los coches de cortesía eran una innovación, que comenzó durante el mandato del predecesor de Hawkins. Después de estar ocho horas sentados, muchas personas estaban ansiosas por recuperar el control y conducir ellos mismos en lugar de tener un 
un chofer.
Después de pasar por la aduana, Davis se dirigió a la plaza reservada a la empresa dentro del aparcamiento. Se preguntaba qué coche le habría puesto Hawkins. Con los años, se había establecido una especie de código. Un sedán de alto nivel significaba que la empresa tenía una buena opinión de ti. Por otro lado, una vez, un vicepresidente se enfrentó con todo su departamento cuando, al volver de Inglaterra, de la boda de su hija, se encontró con un coche destartalado en la plaza del aparcamiento. Un mes más tarde, el hombre se jubiló. Davis llegó al aparcamiento. Y se encontró un Ferrari allí aparcado. Se rio a carcajadas.
Entonces, se dio cuenta de que era el Ferrari de Hawkins y volvió a reírse. Abrió el maletero utilizando la app de la empresa y extrajo la llave del lugar secreto. Se subió. Encendió el equipo de música y subió el volumen. Luego, lo bajó por completo.
El sonido del motor ya era música suficiente.
Contestó al correo de Hawkins. «Hasta pronto», escribió. Aún no se había movido, pero ya había hecho un movimiento. A veces quedarte quieto es el movimiento más rápido que puedes hacer.

 

 


El autor

Ben Greenman es editor de la revista The New Yorker. Es autor de varios libros, tanto de ficción como de no ficción, entre ellos, «What He’s Poised to Do», y «Superbad». Su obra «A Circle Is a Balloon and Compass Both» ha sido descrita como una colección de historias sobre las maravillas del amor, el más esquivo y problemático de todos los fenómenos. Otras de sus otras obras con títulos muy curiosos son ‘Superworse’ y ‘Please Step Back’. Actualmente reside en Brooklyn (Nueva York), con su esposa y sus dos hijos.

07 luglio, 2020