El Ferrari 250 GTO —chasis 3851 GT.3— despertó pasiones entre muchos pilotos aficionados en todo tipo de carreras. Tras cuatro años de restauración, los artesanos de Ferrari Classiche devolvieron esta obra de arte sobre ruedas a sus resplandecientes orígenes
Henri Oreiller tenía tales ansias de vivir que corrió a través de su existencia y subió constantemente la apuesta de adrenalina en un juego emocionante, aunque peligroso. En Francia lo llamaron el «loco de las bajadas» desde el momento en que, con solo 23 años, se granjeó la admiración mundial en las laderas de St. Moritz en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1948, donde se convirtió en el primer campeón olímpico francés.
Junto al ecléctico Jo Schlesser, un empresario francés entusiasta de las carreras residente en Madagascar. Henri participó en el Tour de France Automobile de 6000 km en 1962, donde quedaron segundos en su hermoso Ferrari 250 GTO, número de chasis 3851 GT, que Schlesser había recogido solo unos días antes en Maranello.
Los técnicos del departamento de Classiche trabajaron minuciosamente en su búsqueda para corregir cada detalle del automóvil, recurriendo a fotografías y documentos originales de la década de 1960
Con el segundo puesto en el podio, la berlinetta plateada fue adornada con una banda tricolor francesa a lo largo del centro de la carrocería. Pero lamentablemente, solo dos semanas después, en otra carrera, Oreiller perdió el control y se estrelló contra la esquina de una casa. El GTO se dobló en dos y atrapó al pobre piloto francés, que murió al instante. Schlesser llevó el automóvil dañado de regreso a Maranello, donde se reparó y se pintó de rojo antes de venderse.
El destinatario del decimoséptimo ejemplar de los únicos treinta y seis 250 GTO jamás fabricados fue Paolo Colombo, un piloto aficionado amante de las escaladas de montaña que corrió con los colores de la Scuderia Trentina antes de regalar el 3851 GT a Ernesto Prinoth, un compañero de aventuras de Ortisei, Tirol del Sur.
Al cabo de un año, sucumbió a las persistentes ofertas de Fabrizio Violati, un joven de una familia de empresarios romanos que sentía una pasión ilimitada por Ferrari, y le vendió el GTO.
El coche ha vivido una vida larga y fascinante, pasando de un entusiasta de Ferrari a otro, compitiendo, chocando, reparando y apreciando
Violati guardó el coche en secreto frente sus padres en un garaje alejado de su casa y lo conducía solo de noche. Este piloto aficionado romano conservó el 250 GTO durante mucho tiempo, siempre con la matrícula original, MO 80586. Cuando Violati falleció, su colección «Maranello Rosso» se dividió y el GTO salió a subasta. En 2014 lo compraría su actual propietario, Carlos Monteverde, un empresario brasileño afincado en Londres. En 2018, Monteverde encargó a Ferrari Classiche su restauración exacta.
El coleccionista pidió a los expertos de Maranello que devolvieran el automóvil a las condiciones en que le fue entregado a Jo Schlesser todos aquellos años antes: carrocería metálica gris claro, escape trasero doble, morro rehecho. Para este último detalle, los técnicos tuvieron que remitirse a documentación de la época, fotografías incluidas. Como estaban hechos a mano, cada GTO era ligeramente diferente de los demás, en parte debido a las solicitudes de los clientes, pero principalmente porque los chapistas daban forma a la carrocería martillando láminas de aluminio sobre bancos de madera. En el caso del 3851 GT, los faros no eran los Marchals instalados en otros GTO, sino que eran de Cibié, la marca francesa que patrocinaba a Henri Oreiller.
El motor del 250 GTO recibió una revisión completa para devolverlo a su antigua gloria, el V12 de 3 litros con especificaciones de competencia ahora ronronea como el primer día que salió de Maranello
Las luces principales adicionales eran rectangulares, pero tenían un marco más sólido (los Marchals «desaparecían» en la carrocería) y en la parte superior se insinuaba una especie de visera. Dado el carácter esencial, casi espartano, de este icono entre los Ferraris GT, los asientos mantuvieron su tela azul original. A nivel mecánico, una revisión a fondo fue suficiente para el clásico V12 de competición de 3 litros (al que Violati había dado previamente potencia adicional); el chasis, la suspensión, el eje, la transmisión y el sistema de frenos recibieron el mismo tratamiento.
El magnífico resultado representa un glorioso regreso al pasado, a la altura del sensacional debut de un automóvil que puede no haber sido afortunado para sus primeros pilotos, pero que fue redimido por el amor de aquellos deseosos de dar rienda suelta a su potencia durante 45 años consecutivos. Como anticipo de un futuro aún brillante y todavía por escribir.