Niki Lauda y Clay Regazzoni, dos personajes aparentemente muy diferentes, inspiraron a toda una generación de pilotos por su coraje y dedicación
A finales de 1975, vemos a cinco iconos de Ferrari en una misma foto. Al fondo, dos ejemplares del 312 T, el mítico monoplaza de Fórmula 1, con Mauro Forghieri, director técnico y diseñador; en primer plano, el 308 GTB recién presentado en el Salón del Automóvil de París con Niki Lauda y Clay Regazzoni, ambos pilotos de la Scuderia.
La foto se tomó un día de pruebas en Fiorano tras el final de la temporada de 1975, cuando Lauda consiguió su primer título mundial. El 308 GTB, progenitor de los deportivos de 8 cilindros de Maranello, estaba presente porque los dos pilotos habían pedido probarlo. Se sintieron tentados por sus atractivas líneas, pero principalmente por su rendimiento. Pesaba poco más de 1000 kg (gracias a su carrocería de fibra de vidrio) y podía superar fácilmente los 250 km/h, una relación potencia-peso que impresionó a estos dos pilotos de Fórmula 1. En la foto, Niki y Clay están charlando, probablemente sobre cuestiones técnicas.
Mantuvieron una relación especial desde el principio, aunque a primera vista tenían poco en común. Niki nunca lo ocultó, pero de no ser por Clay nunca habría entrado en Ferrari. «Aunque con mis resultados, sin duda causé buena impresión», afirmó Niki en un evento de 2016. De Clay decía: «Amaba la vida, era encantador, una persona respetable con la que siempre me llevé bien. No éramos tan diferentes como la gente creía».
En 2006, poco antes de morir, Clay dijo de Niki: «No teníamos mucho en común. Yo vivía la vida día a día y nunca le di demasiada importancia a ganar. Quería divertirme, tanto dentro como fuera del coche. Pero Niki estaba programado para ganar, era un adicto al trabajo automovilístico y no disfrutaba mucho de la vida». De hecho, es difícil encontrar fotografías del austriaco sin el mono de carreras. Rara vez se le veía sonreír y siempre parecía ocupado, concentrado y decidido.
Clay siempre sonreía y en las páginas de muchas revistas del momento no podían faltar fotografías suyas. Era feliz saliendo en televisión; una vez incluso bailó con Raffaella Carrà, aquella cantante emblemática de la cultura pop. Y, sin embargo, en diferentes momentos y a su manera, los dos hombres se convirtieron en modelos inspiradores. En 1976, Niki sufrió aquel infame accidente en Nürburgring que le dejó terribles quemaduras; volvió a ponerse al volante apenas 42 días después. Fue una inspiración para muchas personas que afrontaban situaciones similares. El austriaco ganó otros dos títulos de campeón del mundo, incluido el de 1977 con Ferrari.
El tiempo de Clay con la Scuderia terminó ese mismo año, pero él continuó compitiendo en la Fórmula 1 con otros equipos. En 1980, corriendo en Long Beach para Ensign, le fallaron los frenos; no pudo evitar chocar con la parte trasera de un coche detenido en la pista. Sufrió graves lesiones en las piernas y la columna, y una operación fallida lo dejó parapléjico para el resto de su vida. Aun confinado a una silla de ruedas, Clay no pudo abandonar el deporte de motor. Compitió en rallies, incluido el temible Dakar, en automóviles con controles manuales especialmente adaptados, instalados también en coches de carretera para parapléjicos. Se diría que Niki tenía razón: después de todo, él y Clay no eran tan diferentes.
ESTA HISTORIA FUE TOMADA DEL NÚMERO 62 DEL THE OFFICIAL FERRARI MAGAZINE