Puede haber pocos propietarios de Ferraris con un nombre más apropiado que Sara Ucar, por «car» en inglés. Exejecutiva de Finanzas de Pamplona, trasladada a través de Estados Unidos a Ginebra, esta madre de dos hijos es un vivo testimonio de la pasión visceral que Ferrari puede provocar.
«Ni siquiera sabía que Ferrari fabricara coches con este aspecto», declara desarmada al recordar su primer vistazo a un GTC4Lusso deslizándose por una autopista francesa. Durante una fascinante vuelta de prueba entre las terrazas de los viñedos de Lavaux, una zona entre Lausana y Montreux conocida como «La Corniche», se enamoró perdidamente de su GTC4Lusso gris con interior color chocolate. Todavía hoy disfruta claramente de las emociones que le provoca.
«Reúne todo lo que quería», asegura mientras se le ilumina el rostro de pura emoción al describir las sensaciones que le produce conducir su Grand Tourer con motor V12. «Es muy fácil de conducir. Te lo llegas a pasar muy bien con él. Es potente, pero al mismo tiempo es muy seguro, muy estable». Pero insiste: «Era ante todo para mi familia. Tengo dos hijos adolescentes, Luken y Chantal.
Se convirtió en mi coche de diario al instante». ¿Tiene acceso Sean, su marido? «Claro, pero solo cuando estoy fuera y, por lo tanto, no lo uso». Describe su vida cotidiana en su Ferrari: «Lo tomo para llevar a mis hijos al colegio, para ir al centro comercial, para practicar deporte, para comprar cerveza». ¿Para comprar cerveza? «Claro, ¿sabías que en el maletero de un GTC4Lusso caben siete barriles de cerveza?», pregunta. No es algo que mencionen los folletos.
«Mira», exclama mostrando con entusiasmo una imagen en su teléfono móvil. El Grand Tourer está verdaderamente lleno a rebosar de grandes barriles de acero de cerveza. «Hasta voy regularmente a la planta local de reciclaje», agrega riendo casi con picardía. Una mirada al cuentakilómetros revela la envergadura de su recorrido diario: 109 000 kilómetros de suaves carreteras suizas desde que lo recogió hace dos años y medio.
«Lleva elevador delantero», dice entusiasmada. «Lo cual es muy práctico cuando visito a mis amigos y el camino hasta su garaje está muy empinado». Muy práctico. Un trayecto muy de diario. Durante su adolescencia en Barcelona, el amor de su padre por la MotoGP le inculcó el amor por el automovilismo. Más tarde se convirtió en una esquiadora alpina de élite y admite con franqueza: «Sí, la adrenalina que obtengo al volante de mi Lusso sustituye la emoción que solía experimentar esquiando».
»Y perjudica menos las rodillas», añade riendo. Lava su coche a mano la mayoría de los días. «Me ayuda a conocerlo al centímetro», insiste. «La cosa es que estoy tan orgullosa de él que quiero que siempre dé su mejor cara». Una vez más, una sonrisa cariñosa revela su profundo apego emocional. «Sí, para mí es como una criatura, casi como montar a caballo».
El motor V12 lo convierte en un animal poderoso. «Sí, siempre digo que es una bella y una bestia», afirma orgullosa. Y a continuación gira la llave y sale a toda velocidad para recoger a su hijo adolescente en la estación, ya lo necesite él o no. Una vez más, su rostro feliz se ilumina con una emocionada sonrisa.