En la primera etapa se trata de una «caja de machos», o núcleos, llena de una mezcla de arena y resina cuyo agente aglomerante queda sin identificar. A la mezcla se le inyecta aire comprimido para sellarla. «Es lo que llamamos “disparar” los “machos”», explica Santini. «Es un poco como hornear un molde para bizcocho». Luego se endurecen cubriéndolos con gas de dióxido de azufre. El gas residual se «lava» soplando aire comprimido sobre el núcleo. A continuación, se extrae la forma de arena compactada resultante. En el vocabulario esotérico de la fundición, esta delicada forma se denomina evocadoramente «ánima» o «alma».
«En la práctica, lo que estamos intentando es crear una forma invertida de la pieza del motor», aclara Santini. Su fina estructura se refuerza necesariamente con la inserción de cables de hierro con un diámetro de un milímetro o menos. Esta delicada tarea se realiza con mano muy firme y enguantada. A continuación, el «ánima» o «núcleo» se «descarna» cuidadosamente: el exceso de material se elimina a mano, creando cavidades, etc. Muchas veces se aglutina una amalgama de núcleos para asemejar la pieza del motor de que se trate.
Lo que sale de este proceso es la verdadera pieza del motor. A la forma moldeada en caliente se le quita la arena y se le extrae el cableado de hierro, también a mano. Este mismo modus operandi complejo se utiliza con distintas piezas de motor Ferrari, y en un lote cualquiera pueden fabricarse hasta 150 moldes.
«Fabricamos todas las culatas del V12 aquí mismo, en la fundición de Maranello», señala Santini con evidente orgullo. Esta ingeniería de precisión implica trabajar con extremos: «Cuanto más llegas a los extremos», razona, «más necesitas el toque humano».