Una temporada imprevisible y reñida hasta el final en la que faltó el campeón más esperado: así podríamos resumir la temporada 1999 de Fórmula 1, un año en el que el título de Constructores volvía a Ferrari 16 años después de que lo conquistasen René Arnoux y Patrick Tambay con el 126 C3. Durante el invierno, Ferrari puso a punto el F399 aprovechando que el nuevo túnel de viento diseñado por Renzo Piano en Maranello funcionaba a pleno rendimiento. La temporada se inició en Melbourne, Australia, donde los vigentes campeones monopolizaron la primera línea de salida con sus McLaren.
Lamentablemente, el campeonato de Michael Schumacher empezaba de la misma forma que había acabado en 1998: un fallo del embrague hizo que el alemán apagase el motor del monoplaza en la parrilla de salida y tuviese que partir en el último puesto de la formación. Los McLaren escaparon nada más dar la salida, pero tanto uno como otro se averiaron al cabo de unas vueltas. Cogió la primera posición el otro piloto de Ferrari, Eddie Irvine, que se hacía así con su primer Gran Premio de Fórmula 1.
Pero todos estaban pendientes del duelo entre Mika Hakkinen y Michael Schumacher, quienes, a partir de la siguiente carrera, se convirtieron en los protagonistas del campeonato. El finlandés de McLaren venció en Brasil, pero el alemán se impuso en Imola, ante una multitud enloquecida, y en Mónaco, donde los Ferrari hicieron doblete. Hakkinen triunfó en España y luego en Canadá, donde Schumacher acabó impactando contra el famoso Muro de los Campeones, mientras que, en Francia, fue Heinz-Harald Frentzen con su Jordan quien se hizo inesperadamente con la victoria en una carrera marcada por la confusión.
Llegó el 11 de julio, Silverstone, el Gran Premio de Gran Bretaña. Los dos McLaren se pusieron a la cabeza nada más salir, seguidos de Irvine y Schumacher. Los monoplazas de Jacques Villeneuve y Alex Zanardi quedaron parados en la parrilla, lo que obligó a la dirección de carrera a sacar la bandera roja. Pero los pilotos en cabeza ya estaban juntos en la curva Stowe, donde Schumacher intentó atacar a Irvine. Lamentablemente, un problema en los frenos impidió al alemán detener el monoplaza a tiempo y acabó estrellándose contra los neumáticos de protección.
Michael intentó salir rápidamente del habitáculo apoyándose en los brazos pero, en aquel momento, se dio cuenta de que la pierna derecha no reaccionaba como debía y volvió a dejarse caer en el asiento. Se había roto la tibia y el peroné: su temporada, al menos en lo referente a la lucha por el título, acababa ahí. La victoria fue a parar a Coulthard, seguido de Irvine, que se convertía en el primer piloto de la Scuderia. En aquel momento, Hakkinen dominaba el campeonato con 40 puntos, por delante de Schumacher e Irvine, que estaban empatados a 32 puntos.
La promoción pareció sentar bien a Irvine que, con la ayuda de los dos pilotos de McLaren (no hicieron trabajo de equipo), venció en Austria y Alemania, donde, a diferencia de los McLaren, fue fundamental la aportación del sustituto de Schumacher, el finlandés Mika Salo. En Hungría, Hakkinen volvía a hacerse con la victoria, mientras que Irvine cometía un error que lo sacó de la pista a ocho vueltas del final, lo que otorgó la segunda posición al McLaren de Coulthard. No obstante, Eddie seguía con dos puntos de ventaja sobre Hakkinen. En las tres carreras sucesivas, el finlandés y el británico acumularon tan solo 8 y 4 puntos respectivamente, pero esto bastó al piloto de McLaren para volver a ponerse a la cabeza de la clasificación cuando faltaban solo dos grandes premios para el final de la temporada.
Malasia fue el gran regreso de Schumacher quien, ejerciendo a la perfección de segundo piloto, después de obtener la pole dejó pasar a Irvine a la salida y frenó con astucia a Hakkinen, que tuvo que conformarse con el tercer puesto. El último acto del campeonato fue dos semanas más tarde en Japón, donde Irvine llegaba con cuatro puntos de margen, los mismos que sacaba Ferrari a McLaren en el campeonato de Constructores. Pero el fin de semana de Eddie se complicó desde el principio: el norirlandés protagonizó una desastrosa salida de pista que condicionó las vueltas de clasificación.
La pole fue para Schumacher, pero Hakkinen lo dejó atrás a la salida. Entre el finlandés y el alemán se mantenía siempre un puñado de segundos de diferencia, pero Schumacher no conseguía consumar el ataque, que habría dado valor al tercer puesto de Irvine. Hakkinen se proclamó campeón del mundo ante la desilusión de Irvine. Quedaba la enorme satisfacción del título de Constructores, que acababa con un largo periodo de sequía. Para la Scuderia era el noveno trofeo, pero no tardarían en llegar otros muchos…